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Calama, la partida

Calama es una ciudad minera perdida en medio del desierto, una ciudad que destila un sentimiento de orfandad pero también pujanza, sede de la mina a cielo abierto más grande del mundo, Chuquicamata. Paseamos por sus calles mientras buscábamos las cajas que nos sirvieran para empaquetar las cosas.
Me despedí de Carlos, que saldría a la mañana siguiente y partí la tarde del 17 de octubre al reducido y atestado aeropuerto de la localidad, tomado por un sinnúmero de personal de minería, que, como yo, iba a Santiago de Chile. De ahí, y tanto en esa ciudad como en Buenos Aires, donde haría largas escalas a horas intempestivas de la madrugada, vegeté contorsionándome en los asientos de los aeropuertos, poniendo a prueba mis vértebras, aferrado con somnolencia a mis pertenencias para evitar robos.
Con un retraso imprevisto incluido en Argentina, pero sin mayor incidencia, llegué a casa casi 48 horas después. Cansado, con 5 kilos de menos, pero con una sonrisa estúpida en la boca. Se había hecho.