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La llegada

Las bicis llegaron sin problema y, tras cierto nerviosismo alimentado por la atmósfera del recinto y un amago de revisión de equipaje que quedó en nada, salimos con la frente perlada del aeropuerto. Sobrevolaba el fantasma de los comentarios de la gente y de alguna eventualidad en forma de corrupción institucional.
Tomamos un taxi (olvida el concepto de taxi que tengas en la cabeza) hacia la estación central de guaguas con todo el aparataje y nos adentramos en la “autopista” El Alto-La Paz a 4.000 mts de altitud. Las referencias de los foros hablan en especial de El Alto, el populoso barrio por encima de La Paz, como una zona negra en cuanto a delincuencia, así que en esa zona, permanecer tiempo de más, lo justito.
La Paz se presenta como un enjambre gigantesco de casas de ladrillo muy pobres, se aprecia en el centro del valle una zona más urbana y grande, pero el 90% de la capital tiene la presencia de arrabal descuidado y rústico, probablemente fruto de una alta migración campesina que deposita sus esperanzas en la vida capitalina como respuesta a unas condiciones de vida, si no miserables, al menos muy duras. La televisión o las fotos lo aguantan todo, verlo con tus ojos es muy diferente.

Había leído sobre La Paz, su estación, las compañías de transporte y demás, así que me sonó una compañía, 6 de Agosto, por la que nos decantamos para desplazarnos a Oruro de inmediato. Los precios, como en todo el país, son muy bajos, así que tras cambiar dinero, hacernos con el billete y curiosear por la destartalada estación (ideada por nada menos que el archiconocido Gustave Eiffel, el de la torre) tirando las primeras fotos, salimos rumbo Oruro donde llegaríamos a la tarde noche.